Imaginemos un mundo donde el galón de gasolina cuesta 50 soles. Ese podría ser el mundo hacia el cual nos dirigimos dada la disminución progresiva de las reservas conocidas de oro negro. En efecto, según EDF (empresa eléctrica francesa), al ritmo actual de consumo, las reservas conocidas de petróleo y gas se agotarán en 50 y 60 años respectivamente. En 2050, los 8 primeros países productores de petróleo podrían ver sus reservas reducidas en un 80%. En esas circunstancias, es probable que dichos países reduzcan su exportación de crudo hacia otros países para reservarlo para su mercado interno. Ni qué decir de las guerras y otros conflictos que podrían interrumpir la producción y suministro de gas y petróleo…

El Perú importa hoy en día 56 % de todo el diesel que consume (revista Energiminas, marzo 2021). En tales circunstancias, no es difícil imaginar que nuestro país podría tener cada vez mayor dificultad para acceder a un flujo seguro de crudo, y sobre todo a precio estable. Si somos plenamente conscientes de nuestra dependencia del petróleo, no es muy difícil imaginar las consecuencias catastróficas que podría ocasionar un aumento considerable en los precios internacionales.

Hoy en día, alrededor de dos tercios de la energía que utilizamos directa o indirectamente para producir todos los bienes y servicios que consumimos proviene de energías fósiles (fuente: estudio NUMES, MINEM 2012). El gas y el petróleo son la sangre que hace funcionar nuestra economía: 90% de la energía utilizada para el transporte, 70% en la producción de electricidad, en la mayoría de los grandes complejos industriales y otros usos domésticos (cocina, calentadores de agua, etc.), bajo la forma de materia prima para la producción de plástico, lubricantes o fertilizantes para la agricultura.

El crecimiento de la economía en el Perú y en el mundo se han basado en gran medida en el acceso ilimitado -por mucho tiempo- a energía barata, principalmente de origen fósil. Si este suministro disminuyera, la industria y todos los servicios que viven de ella se detendrían.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver la crisis energética con el tema principal de este blog: el desarrollo de ciudades?

Si comenzamos analizando el impacto que podría tener la crisis energética en un sector particularmente dependiente de las energías fósiles como el transporte, nos podremos hacer una mejor idea de los cambios sistémicos que habrá que implementar en nuestras ciudades durante los próximos treinta o cincuenta años.

Gracias al desarrollo masivo del automóvil y otros medios de transporte motorizados, las ciudades pudieron extenderse, sin que ello se traduzca en un aumento excesivo del tiempo que invertimos diariamente en el transporte. De ese modo, las familias más acaudalas se pudieron ir a las afueras de la ciudad para vivir en casas con jardín sin perder su capacidad de ir a trabajar y acceder a todos los bienes y servicios necesarios. De igual modo, se pudieron constituir los grandes barrios populares para acoger a las familias más humildes que no se pueden costear la vivienda en los lugares céntricos de las grandes ciudades.

De ese modo, una ciudad como Lima con 10 millones de habitantes genera necesidades inmensas en transporte de personas y de mercancías para poder funcionar. En efecto, entre mayor es el número de habitantes de una ciudad y menor su densidad, mayor es la distancia promedio que cada habitante tiene que recorrer diariamente para estudiar o trabajar, entre otras actividades. Asimismo, mayor es la distancia que cada alimento tiene que recorrer desde el campo para llegar hasta el consumidor final.

¿Qué pasaría si ese transporte cuyo costo hoy en día es relativamente insignificante, mañana pasará a costar cuatro, cinco o diez veces más? De pronto, grandes ciudades como Lima o Arequipa enfrentarían grandes dificultades para traer suficiente alimento y otras materias primas a costo accesible para toda su población. De la misma manera, millones de personas que viven en las zonas periféricas ya no tendrían los recursos para dirigirse a sus centros de estudio o de trabajo. En otras palabras, buena parte de nuestras ciudades ya no serían viables en su funcionamiento actual.

¿Cómo prepararnos para enfrentar esa crisis?

El propósito de este blog es promover una reflexión sistémica sobre los cambios estructurales que nuestras ciudades tendrán que enfrentar en los próximos treinta años para seguir siendo viables. La crisis energética exigirá un replanteamiento de nuestro modelo de desarrollo. Durante los últimos cien años, nuestras ciudades y nuestras economías se construyeron bajo el paradigma de la energía barata.

Como mencionado previamente, nuestras ciudades se extendieron indiscriminadamente como si la energía fósil que nos permite transportarnos de manera rápida y a bajo costo fuese a durar para siempre. De la misma manera, las economías del mundo se volvieron dependientes de la mundialización; en el lamentable caso peruano, a través de la exportación de materias primas e importación de bienes manufacturados. Muchas de nuestras industrias invirtieron cientos de millones de dólares en maquinaria a combustión que las vuelve vulnerables a las fluctuaciones del precio del gas y del crudo. Una buena parte de nuestra agricultura – sobre todo la exportadora- adoptó técnicas de producción intensiva basadas en maquinaria a combustión y fertilizantes de origen fósil.

Frente a la imperiosa necesidad de comenzar a prepararnos para la futura escasez de energía fósil y los impactos del cambio climático, este blog propondrá cada mes un nuevo artículo para identificar los ejes de transformación que deberemos afrontar en los grandes ámbitos del desarrollo territorial: transporte, vivienda, comercio, industria, agricultura, ciudades inteligentes, gobernanza, entre otros. Para que nuestras propuestas sean realistas, el desafío será no perder de vista el carácter sistémico de las ciudades, en las que muy seguido no se puede transformar un sector sin impactar a otros. Por lo tanto, muchas veces abordaremos los temas de forma transversal.

Por ejemplo, los temas del transporte y urbanismo están íntimamente vinculados. Para desarrollar los modos de transporte energéticamente más eficientes (transporte público, bicicleta, caminata), habría que construir ciudades más densas y compactas. Asimismo, habría que evitar construir ciudades demasiado grandes y distribuir mejor a nuestra población en ciudades de tamaño intermedio, para así reducir los flujos logísticos entre el campo y la ciudad y mejorar la autonomía alimentaria de ésta. No obstante, la densificación de las ciudades y la redistribución de la población nacional implicaría retos económicos muy importantes, ya sea por el mayor costo de construcción en zonas densas o por la disminución de las economías de escala permitidas por las grandes ciudades. ¿Cómo superar estas contradicciones entre la rentabilidad a corto plazo y la adaptación de nuestra sociedad a la escasez de energía?

Para cada tema, buscaremos identificar los principales dilemas de orden económico y político, para reflexionar juntos sobre las preguntas sin respuesta que aún nos falta resolver, y luego sobre las soluciones que habrá que implementar lo más rápidamente posible. Asimismo, trataremos de ilustrar las propuestas a partir de ejemplos de políticas implementadas en los países desarrollados.

En los últimos 20 años, Alemania invirtió más de 100 mil millones de euros (50% del PBI peruano) en energías renovables, para que dichas energías pasen del 6% al 46% de su producción de electricidad. A través de la implementación de fuertes incentivos económicos, Noruega fue el primer país del mundo en 2020 en vender más autos eléctricos que a combustión (en 2022, ya son 79% de las ventas de autos nuevos). En el campo del urbanismo, Francia votó en 2021 la Ley de “0 artificialización neta de suelos” para detener de forma progresiva la extensión de las ciudades, favoreciendo su densificación y la disminución de la dependencia al automóvil. Incluso los Estados Unidos decidió actuar frente a la muerte anunciada de la economía basada en energías fósiles y aprobó el Inflation Reduction Act para invertir 400 mil millones de dólares en la aceleración de la transición energética de su economía.

Los países desarrollados no invierten en la transición energética únicamente por razones ecológicas, sino para evitar la paralización de su economía el día que la energía fósil comience a escasear. La transición energética no es un lujo, es una necesidad. El desafío será doble para países de ingreso medio bajo como el nuestro, donde los recursos serán más acotados y la calidad de nuestras inversiones será aún más crucial.

En un país como el nuestro, con tales carencias en materia de gestión pública, identificar y luego implementar esas políticas costo-eficientes necesitará de un colectivo informado, organizado y comprometido en la lucha y la adaptación contra el cambio climático.

Mi deseo es que este blog sirva de espacio para establecer primeros contactos en dirección de conformar ese colectivo dispuesto a acometer el desafío.